Capitulo IV
No es que el
Gran Mago del Invierno fuera malvado. No, no lo era, en absoluto. Sus súbditos
lo amaban y se sentían muy felices bajo su reinado. No, no era malvado pero, en
cambio, era enormemente ambicioso y quería llegar a gobernar en todas partes,
todo el tiempo. No se conformaba con el tiempo que le correspondía, quería más,
mucho más. No es mala la ambición, ni es malo se ambicioso, lo malo es dejar
que la ambición te ciegue y te lleve por caminos que, normalmente, nunca
seguirías.
Así que,
llevado por esta pretensión de poder, el Gran Mago comenzó a extender su frío
poder, en un principio, de manera disimulada, sin enfrentarse directamente con
la Reina Otoñal. Año tras año, el Mago llegaba un poco antes a su cita, se
extendía un poco más allá de sus límites y se iba, también, un poco más tarde.
El primer
año la Bruja pensó que habría sido un despiste.
El segundo
año envió aviso en tono amistoso al Mago de que estaba excediéndose en tiempo y
en espacio.
El tercer
año la Reina volvió a enviar aviso pero, en esta ocasión, el tono era bastante
más airado.
Por fin, en
el cuarto año la Señora decidió que era el momento de reclamar ante el Consejo
de la Estaciones.
Se reunía el
Consejo una vez al año y era, oficialmente, el lugar donde se dilucidaba cualquier
conflicto que pudiera surgir, se organizaba el calendario anual, se revisaba el
trabajo de cada uno… Extraoficialmente era una excusa para que las cuatro
Estaciones pudieran reunirse para charlar de sus cosas y comer y beber y
celebrar festejos durante una semana. Pero aquel año no hubo ni risas ni
alegría ni fiestas. La Bruja del Otoño acusó al Mago del Invierno de intentar
invadir su territorio, le advirtió de que no continuara con sus intentos y
logró que el Consejo le amonestara
duramente. Ese año hubo discusiones, gritos, miradas airadas, golpes en las
mesas, desaires, furia.
Pero, en
lugar de enmendarse, aceptar la amonestación y la gran sanción que se le
impuso, y recapacitar sobre lo malvado de sus intenciones, el Gran Mago se
sintió ofendido y humillado. Él consideraba su derecho legítimo ampliar su
reino y llevar la paz blanca de su reinado a todo el mundo. De modo que, en ese
mismo momento, a gritos y ante el resto de las Estaciones, el Señor del
Invierno declaró la guerra a la Bruja del Otoño.
Todos se
quedaron estupefactos, boquiabiertos y asustados. Nunca, en toda la historia de
los cuatro reinos, había habido una guerra. Nunca, en toda su existencia,
habían luchado entre ellos. Jamás. Eran como hermanos. Más que hermanos. Cada
uno tenía su cometido en el mundo, cada uno con su reino, cada uno con sus
poderes y siempre, siempre en paz.
No conocían
la guerra. No tenían guerreros, ni ejércitos, ni nada que se le pareciera.
Todos se
quedaron anonadados. No se lo podían creer pero así era y así dio comienzo la
primera y única guerra que hayan conocido las Cuatro Estaciones.
Y la única
que esperan llegar a conocer.
Continuará…
Linda historia.
ResponderEliminar